Se suele decir que las cosas nunca son blancas o negras, sino que hay muchas tonalidades de gris. Quizás la vida de René Alphonse van den Berghe sea un claro ejemplo de ello.
Probablemente el nombre no diga nada para la mayoría de gente, pero la cosa
cambia si aclaramos que estamos hablando de Erik el Belga, el mayor ladrón de
arte de todos los tiempos.
Erik el Belga en 2012. Fuente: 20 minutos |
Su primera detención en
España se produjo en Burgo de Osma cuando tenía la intención de llevarse el Beato
de Liébana. Pero esto no le amilanó. A la tentativa frustrada le siguieron
muchas otras exitosas, entre las cuales se encontraban obras como las tablas de
Berruguete en Paredes de Nava (Palencia), el retablo de san Miguel de Aralar o la silla de san Ramón en Roda
de Isábena. Finalmente devueltos excepto el último, el cual fue destruido por
su banda como venganza a su detención y condena de 35 meses en la cárcel Modelo
de Barcelona. Tan sólo se pudieron recuperar algunos fragmentos de un mueble
único del siglo IX.
Tablas de Berruguete. Fuente: www.paredesdenava.es |
Retablo de San Miguel de Aralar. Fuente: www.unav.es |
Silla de San Ramón antes y después del robo. Fuente: www.romanicoaragones.com
En total unos 600 robos
en Europa reconocidos por él y la mayoría de ellos en España, donde se calcula
que el número de piezas sustraídas fueron más de 2000. Un currículum delictivo
increíble que se debe principalmente a dos cuestiones: por un lado el alto
grado de profesionalidad de la banda y, por otro, la situación de desinterés
total por el patrimonio en nuestro país durante las décadas pasadas. No por
ello el Belga se defiende como un amante del arte que se limitaba a darle un
lugar de merecida admiración y cuidados. Y es aquí cuando aparece la mencionada serie de grises porque, ¿de verdad su pillaje ha supuesto a la larga tanto
bien como él mantiene? ¿No ha sido sino una llamada de atención sobre la situación
patrimonial del país? Sin embargo, la pregunta más importante es otra ¿Por qué
lo hizo? Pues porque podía. Por el descontrol en catalogación y archivística, por el
desinterés y la falta de concienciación. Van den Berghe no hacía otra cosa que
aprovecharse del vacío causado por la ausencia de un inventario de patrimonio
eclesiástico por parte del Estado tal y como se dice en la ley de Patrimonio
del 85. Él mismo explica como muchos de sus robos no fueron denunciados porque
el mismo párroco no sabía lo que tenía en la sacristía e, incluso, que no todo fueron actuaciones ilegales, sino que también hubo cabida a negocios con párrocos y sacerdotes.
Bien es cierto que desde que salió de la cárcel en 1993 el Belga dejó sus aficiones delictivas para llevar a cabo una labor de restauración y restitución de patrimonio. Pero ante todo no hay
que caer en el ensalzamiento del villano. Erik el Belga forma parte de un mundo ya pasado en el
que “el malo” era protagonista, defendido y admirado, tal y como pasó con el
Lute, el Vaquilla o remontándonos un par de siglos atrás Luis Candela o Andrés
López, el Barquero de Cantillana (el verdadero Curro Jiménez). Ese mundo afortunadamente
parece ser que se quedó en el siglo pasado. Desde luego que Erik el
Belga ha ayudado a la recuperación de numerosas obras que él mismo robó y ha
restaurado tantas otras, y su carácter y mentalidad (el típico código moral del ladrón tan difícil de encontrar) incita a la admiración. Sin embargo debemos recordar que con sus andanzas nocturnas antes de
atentar contra un valor material lo estaba haciendo contra la propia identidad
de las gentes a las que expoliaba, y ese daño es difícilmente reparable.
Enlaces y datos de interés:
Van
den Berghe, Rene Alphonse, Por amor al
arte: memorias del ladrón más famoso del mundo, Barcelona, Planeta, 2012.